La Historia Pincharrata…

 

La cita era en la zapatería “Nueva York” de la calle 7 entre 57 y 58 de la ciudad Capital de la Provincia de Buenos Aires: La Plata. Allí hace 100 años un grupo de jóvenes ansiosos por juntarse en un club de fútbol fundan el Club Atlético Estudiantes. Aquella iniciativa rápidamente pasó a ser Estudiantes de La Plata. Y como alguna vez señaló Don Osvaldo Zubeldía, uno de los vigentes símbolos de todos los tiempos del club platense… “A la gloria no se llega por un camino de rosas…“.

El tiempo fue forjando jugadores. El club comenzó a crecer, a innovar y revolucionar el deporte más popular. Aparecieron los “profesores”, una camada de futbolistas de estirpe y de raza. Ingresaban en los estadios todos con sacos azules y debajo de ellos la tradicional vestimenta de camiseta a bastones rojos y blancos. Pero no dejaba de ser el club de provincia. Ubicado en una señorial ciudad, enmarcadas sus calles entre árboles de Tilo (de allí pasó a denominarse la ciudad de los tilos) y de árboles de naranjas silvestres. Cada vez más alumnos. Cada vez mayor concentración de estudiantes. Una ciudad verdadero claustro de intelectuales, filósofos, médicos, y economistas. Casi como una ciencia exacta fue creciendo. Y esos jóvenes de entonces, estudiantes de los cuatro puntos del país, ¿de quién iban a ser adherentes? Ni siquiera vale responderlo.

Y se fue extendiendo y fue creciendo. Pero no dejaba de ser un club de media tabla. Que no pocas veces sufría, penaba y se desesperaba por tener que participar en la segunda división. Que al amparo de sus talentos era una fuente inagotable de lujosos jugadores. Individuales. Aislados. Que le sirvieron para nutrir al fútbol argentino, para tener “un peso” más en la tesorería pero que no alcanzaba para ganar campeonatos ni estar en los primeres niveles. ¿Quién entonces, en los grandes medios periodísticos del país iba a darle una portada, un gran espacio a Estudiantes de La Plata? No habrá que perder de vista que esos mismos medios vendían sus ediciones envueltos en la pasión de los grandes. Boca, River, Racing, Independiente, San Lorenzo. ¿Qué podría reportarle una gran cobertura del humilde Estudiantes? Tan solo una efímera venta de un puñado de ejemplares en una sola ciudad.

Pero todo precio tiene contra y toda contra se da. Un día apareció un tal Osvaldo Juan Zubeldía, ex futbolista de Vélez y Atlanta entre otros. Y dijo:

“Llegó la hora de no perder mas con los grandes, de no regalar nada. Seremos pobres pero no giles. Habrá que contrarrestar el mayor poderío de los enemigos con inteligencia, con astucia pero por sobre todas las cosas con tra -ba -jo”. Hablar de trabajo en el fútbol argentino, por entonces, era como una traición a sus propias raíces. Como un crimen de lesa humanidad. ¿Trabajo? Pero si el fútbol era (para algunos lo sigue siendo) tan sólo un mero juego. Pero Zubeldía sabia que con eso no alcanzaba para sortear a los grandes. Que había escollos naturales, viscerales de idiosincrasia que veían a Estudiantes como una ovejita descarriada. Pero empezó su obra. Alguien podría suponer, aún se pregunta, que un conjunto sin valencias ni equivalencias fuera a jugarle a Boca, a River de visita y hacerle de partenaire para llevarse de regreso a casa cuatro o cinco goles en su marco y los cánticos, la alegría, y lo que era (y es) peor, que lo puntos fueran de su rival.

Don Osvaldo entendió que primero debía saber con qué contaba. Después desplegar una estrategia que en algún momento sorprendiera a sus oponentes y fundamentalmente saber con qué se iba a encontrar enfrente. No era tan fácil. El estudio de videos causaba risa entre los extraños. La televisión era incipiente y sin la tecnología de hoy día. Había que implementar que alguno de sus colaboradores fuera a ver al rival de turno la jornada anterior. Conocer, bucear en los puntos fuertes y las debilidades del oponente. Y lo hizo. En su lugar de concentración pasó horas entrenando. Más de una vez, ante las chanzas de sus rivales estableció: “Si no alcanza con la individualidad, creemos tres o cuatro jugadas con pelotas paradas que nadie va a esperar y así podremos llegar…” Se le rieron a carcajadas. Más de 35 años atrás establecía: “Para qué defender con cuatro o cinco, si nuestro oponente ataca con dos, saquemos lo que nos sobra en el fondo y cubramos el medio campo y la ofensiva“. Inculcó que el fútbol tiene dos aspectos fundamentales: “Qué hacer cuando se tiene el balón y qué hacer cuando no se lo posee”. Fue objeto de ataques despiadados. No decayó en su posición. Fue claro y terminante cuando dijo: “Sólo los grandes y poderosos se pueden dar ciertos lujos. Y nosotros no lo somos. Si atacamos, siempre, invariablemente con ocho o nueve seguro daremos espectáculo. Si sabemos marcar, defendernos y atracar con velocidad, precisión y contundencia ganaremos campeonatos. Los lujosos, los estéticamente bellos dan espectáculo. Los que se defienden, pasan el medio rápidamente y convierten las situaciones que crean ganaran títulos”.

Lo trataron de insano. De alterado mental. De tener su equilibrio emocional destrozado. Nada lo inmutó. Preparó un par de tiros libres. Corner con dobles cabezazos (aún hoy en Colombia se lo denomina a ese tipo de acción como la gran Zubeldiana). Y lentamente fue creciendo. Había que marcar hombre a hombre, pues se marcaba. Y si nos superan tendremos que tener la fortaleza física para cubrir a nuestro hombre desairado. Inculcó jamás salir a presionar de a uno… Había que hacerlo en bloque, no dejar espacios vacíos. Ir y volver… Pero volver pasando la línea de la pelota y más rápida que ella. Allí todos pensaron que realmente había enloquecido. Se esforzó por enseñarle a sus jugadores que ganar “un tiempo”, jugar de primera, sin demorarse no daría tiempo a sus oponentes en la recuperación. Costó pero salió. Inculcó que había que jugar con extremos, pero no fijos pues de esa manera seria más fácil para el rival ponerle oposición y marcar sin apremios. Que había que cubrir los laterales, entrando y saliendo para confundir al contrario. Que llegar a posición de gol era sagrado y que de tres veces se debía convertir por lo menos en dos. Realmente proponer eso allá por 1969 le daba la razón a sus detractores… Don Osvaldo estaba loco… Loco por el fútbol.

Dió libertad de tres cuartos de cancha hacia adelante para gambetear, sorprender, rematar, llegar hasta el fondo… para hacer lo que la inspiración natural de sus hombres les indicaba en cada ocasión. Y de a poco le fue emparejando el andar a los grandes. Y se hizo fuerte. Con una preparación física excepcional y una técnica envidiable. No tardaron en llegar los éxitos.

Bilardo.jpgLlegó a ser subcampeón argentino en el 67.En 1968 la explosión, un humilde que no figuraba en el núcleo de los grandes y resplandecientes del fútbol rioplatense. Los superó a todos dejando en el camino a rivales como Racing (por entonces el último Campeón de América), Independiente el bi-titular de la Copas del 64 y 65 y al Palmeiras de Sao Paulo. Los puso en fila y les ganó a quien se le cruzara. Ganó a Palmeiras , en casa. 2 a 1 con un antológico gol de ese malabarista y mago del balón que fue Juan Ramon Verón. Cayó de visita en Brasil por 3 a 1 superado por los misiles de aquel furibundo shoteador que fue Tupazinho. Pero hubo el tercero. Y no quedaron dudas. En Montevideo pasaba por encima a los brasileños, con su propia medicina, toque y toque. Ganó en el desempate 2 a 0. La crítica no tardó en atacar: Fue de casualidad, lo agarraron a Palmeiras cansado, fue un éxito fortuito. El Pincha repetiría en el título Continental en el 69 ante Nacional de Uruguay, quién contaba nada menos que con el gigante guardavalla brasileño Manga, con Alcides Silveira, Montero Castillo, Lusi Cusbilla, el chileno Ignacio Prieto entre otros. Pero pareció que tampoco era para conformar. Llovieron las críticas: “Nació el antifútbol, juegan con alfileres y pinchan a los rivales, les tiran tierra en la cara a los porteros rivales para enceguecerlos…. Así no se juega. Se tiran al suelo, tiran la pelota a las gradas cuando se ven apurados“.

El marketing vendedor de humo rosado no tenia las cuentas claras. Es que Estudiantes no vendía como lo podrían hacer los grandes. Y entonces el ataque feroz y despiadado. Las historias que ni el más minucioso revisionista pudo corroborar jamás. El antifútbol… pues las editoriales de turno, las radios los canales, no llegaban a facturar lo pretendido con los Pinchas… Y entonces a destrozar, a destruir, a minar resistencias, poner en tela de juicio el valor de los éxitos. Como si esas conquistas no hablaran por si solas.

Zubeldia.jpgPara callar a más de uno, triplete en el 70. Llega la batalla de Old Trafford contra el Manchester por el título de la Copa Intercontinental de Clubes. Y con un cabezazo de Juan Ramón “La Bruja” Verón gana el título máximo de los clubes. Allí nace el estribillo que estremece a un país…” Se ve a una bruja montada en una escoba, es Verón, Verón que está de joda…“. Que el gobierno militar de turno obliga a cambiar parte de su letra… por “ese es Verón, Verón que esta de MODA“.

Cae en la final del 71 en triple partido, gana en casa uno a cero con un impresionante gol de cabeza de Daniel Romeo, un virtuoso como pocos, (tío de Bernardo Romeo), cae en el centenario ante Nacional también por 1 a 0, gol conquistado por el zaguero Juan Carlos Masnik y se derrumba en el desempate en Lima.

Después viene otro tiempo, quizá el del reconocimiento. Forma un conjunto excepcional y se lleva el campeonato ante Independiente. Bilardo y Eduardo Lujan Manera le dan forma a aquel medio campo casi insuperable de Alejandro Sabella , Miguel Russo, José Ponce y Marcelo Trobbiani… ¿De qué antifútbol estarían hablando? La leyenda sigue, el viejo y mítico estadio de madera de la Avenida 1, sigue dándole vida al viejo y glorioso Pincharrata.

Cuando la tarde empieza a caer, allí donde nace el bosque platense, cuando los alumnos de las Universidades cubren los claustros… entre la arboleda de Tilos, naranjos en flor… aparece recortada entre la luz de la luna, la bruja montada en una escoba, y espiando cómplices y reconfortados los delantales blancos de los doctores Bilardo y Madero… Al fin fueron, son y seguirán siendo los pincharratas…